La innovación está abierta a todos, aunque no es para todos
La
innovación no es moda ni capricho, es una expresión de la creatividad humana ante
la necesidad de solucionar problemas o el deseo de crear productos útiles a la
sociedad. De ahí que no sea preciso pertenecer
a un club privado o a una cofradía para gozar de los derechos de explorar,
descubrir y crear. ¡No!, ella es abierta
a todos aunque no sea para todos, por lo que muchas son las empresas con
deseos de innovar pero pocas las que en la práctica lo logran.
No
basta con asumir riesgos y romper esquemas, pues además de tener claridad
conceptual y estratégica, se requiere tesón para empezar y terminar procesos. Creatividad e innovación no son sinónimos:
lo primero se orienta en hacer cosas nuevas y diferentes, lo segundo en generar
valor cliente. No todo lo nuevo de por sí es virtuoso ni basta la curiosidad para
ser creativo, ya que para tener ideas portadoras de valor es necesario ser
innovador.
Pero
por buenas que sean las ideas, éstas no se hacen realidad por arte de magia. Su
ejecución necesita de un proceso sistemático y ordenado que requiere organización,
disciplina y perseverancia, asuntos que se relacionan con viabilidad, generación de valor y factibilidad.
Viabilidad.
Muchas empresas se
enfrentan a modos tradicionales de pensar impulsados por su propia inercia y que
terminan por levantar barreras difíciles de franquear. Entre el temor de
dejar la zona de confort por la que se transita con confianza, y la incertidumbre de hacer cosas nuevas con el
riesgo de fracasar, irremediablemente aparece la indecisión, esa a la que
se alude con frases como: «si siempre hemos hecho las
cosas así y han funcionado, ¿para qué hacerlo diferente?».
De ahí que las ideas deben ser sometidas
a análisis interdisciplinarios y críticos al interior de las organizaciones
con el objetivo de identificar y valorar su aplicabilidad y viabilidad
técnica, operativa, administrativa, legal y comercial.
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Generación de valor.
La innovación es importante si le
entrega valor al cliente, si éste la
aprecia por lo que le aporta. Hay que definir quién es en realidad el
comprador teniendo presente que éste necesita del producto y las empresas de
él.
Así que la idea de proyecto debe ser
valorada por el consumidor con el fin de comprender el por qué un determinado
producto o servicio le satisface, cuál es la solución que le aporta o sensación
que le transmite por la que está dispuesto a pagar.
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Factibilidad.
Con éste último filtro se define si la
innovación es conveniente, si generará beneficios tangibles al cliente y a la
organización, paso que permite identificar si es bien percibida y aceptada.
De ser así, es necesario cuantificar
la inversión requerida y los beneficios netos estimados. Si los cálculos son
positivos para la empresa y generan valor al cliente, es probable que se esté ante un proyecto de innovación.
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La
práctica de estos tres pasos allana el camino hacia la cultura
de innovación, que precisa, como lo dije, de un proceso sistemático y ordenado para
establecer un ambiente que facilite su apropiación mediante acciones esenciales
como:
- Toma de conciencia por parte de la alta dirección, y
la organización en general, de que la innovación implica asumir y superar
fracasos sin que ellos sean causa o motivo para abandonar los proyectos.
- Integración
de equipos interdisciplinarios. Esto enriquece el análisis, disminuye los
riesgos y permite enfoques diferentes y complementarios sobre la innovación y
su implementación.
- Evaluación
del valor que el proyecto le genera al cliente por cuanto él es el máximo juez de la innovación.
- Aumento
del portafolio de productos y servicios impactando positivamente la
productividad y creando ventajas competitivas.
Armando Rodríguez Jaramillo
Director NaoClúster - armando@naocluster.com
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