Es con competitividad e innovación, no de otra forma
No
hacen falta argumentos para afirmar que estamos lejos de favorecer de forma
concreta los dos pilares básicos de la economía moderna: educación e innovación. Basta con mirar el panorama internacional
para constatar que aquellos países que tienen sólidos sistemas educativos y de apoyo
a la ciencia y tecnología están a la vanguardia en productividad y lideran los escalafones
de competitividad e innovación, países que a su vez ostentan altos ingresos per
cápita y calidad de vida y bienestar.
Así
que algo bueno ha de tener la especialización sectorial afincada en productos
con alta intensidad tecnológica, la adopción de estrategias competitivas
exitosas, la inversión en I+D y una cultura empresarial y ciudadana que se apropie
del conocimiento y la innovación, elementos estos que diferencian a los países punteros con empresas punteras de los países
coleros con empresas coleras. El no entender estas prioridades del desarrollo
es condenar al atraso a una economía y al territorio que la práctica.
Mucho
camino se ahorraría si de una vez por todas se pone en la mira de los gobiernos
la competitividad e innovación. Para esto se precisa de un ejercicio político disruptivo, de gobiernos que atraigan y retengan
funcionarios idóneos que entiendan la importancia del conocimiento y del mundo
empresarial, que asuman que la mejor
política es aquella que crea riqueza mediante el fortalecimiento productivo,
única forma de garantizar empleo estable y de calidad y de fomentar la
redistribución del ingreso en la población.
Pero
la productividad en las empresas no se puede fortalecer sin una educación
adecuada de los trabajadores. Solo con un reforzamiento conveniente de las capacidades y habilidades de los
empleados es factible producir con mayor valor añadido y crear ventajas
competitivas duraderas y defendibles, en definitiva, que se puedan hacer mejores
cosas de mayor valor para consumidores sofisticados. Pero, también es esencial
que el sector productivo se la juegue por la innovación, pues producir con un
mayor valor agregado no sólo se hace con gente idónea, sino que requiere de I+D.
Sin
embargo, este esfuerzo tiene que estar orientado a llegar a los mercados
mundiales, es construir competitividad con mentalidad
exportadora, es hacer que los empresarios locales se integren a las cadenas
globales de valor. Es allí donde se juegan los verdaderos partidos de la
competitividad y no al interior de las fronteras con empresas protegidas. Esto
requiere de gobiernos con apertura mental, de oferentes de conocimiento con
apertura mental y de empresarios y trabajadores con apertura mental.
Hay
que ayudar a las empresas a exportar sin protección, aunque sin descartar alguna
subvención mientras se superan fallas del mercado y se disminuyen las brechas
que impiden competir en condiciones similares a que tienen las empresas
punteras en el escenario global. Muchas de nuestras limitaciones están señaladas
en los indicadores de competitividad y en el Doing Business que evalúa el ambiente para hacer negocios. En estos
informes se tienen valiosos insumos para saber qué hay que cambiar para crecer mejor y con bienestar.
Armando Rodríguez Jaramillo
Director de NaoCluster.
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