El futuro del campo está en la ciudad
Aceptar
que la competitividad agrícola empieza en
las ciudades es valorar al campo en su verdadera dimensión.
En
los últimos 50 años la población creció de forma acelerada y se concentró en
las ciudades, lo que trajo consigo desafíos de adaptación a los entornos
urbanos. Hoy presenciamos una ruptura
cultural entre habitantes rurales y urbanos, en especial con aquellos que
moran en megalópolis como Nueva York, Ciudad de México, Bogotá, Tokio o
Estambul.
Según
estadísticas del Banco Mundial, la mitad de la población del planeta vivía en
aéreas urbanas en 2008, cifra que ascenderá a 60% en 2030. No obstante, en los países
desarrollados al menos las tres cuartas de sus habitantes viven en ciudades.
En
las urbes se ubican las sedes de gobierno y la mayoría de actividades empresariales
y financieras, centros de educación e investigación, además de buena parte de
la oferta comercial, recreacional y cultural. En fin, las ciudades son epicentros
de decisión política y económica que demandan grandes cantidades de recursos (agua,
espacio, energía, alimentos, materiales de construcción, transporte, etcétera.)
para su funcionamiento.
Los
cambios de vida.
La
vida urbana ha originado cambios significativos en el comportamiento y hábitos
de consumo de la gente. Hoy encontramos una generación descontextualizada con
los ambientes rurales y la producción agropecuaria. Son números los niños y
jóvenes que no han ido a un campo de cultivo, que ignoran dónde se producen los
alimentos, que desconocen el esfuerzo que se hace para que frutas, hortalizas,
carnes, lácteos y granos estén disponibles para su
consumo. Triste es decirlo, pero para
muchos el contacto más cercano con la producción y proveeduría de alimentos son
los supermercados.
Esta
cultura urbana subvalora al agricultor (Científicos, agricultores y políticos) sin entender en su real dimensión la actividad agrícola y los riesgos
en que incurre, su relación con los ecosistemas y el rol que juega la
producción de alimentos en la economía y en la vida de la gente.
Sin
embargo, a pesar de la evidente ruptura entre ciudad y campo, es incuestionable
la interdependencia entre citadinos y agricultores.
Ambos se necesitan, pero no se reconocen.
En
el consumidor está la información.
Hoy
aceptamos que una cadena de valor depende en buena parte de los criterios de
compra del cliente, de su poder adquisitivo, de lo que busca satisfacer y de
sus hábitos y expectativas de vida. Esta es una información esencial que debe conocer
y entender el agricultor para poder ofrecer los alimentos por los que el citadino
está dispuesto a pagar. He aquí la esencia de los agronegocios: producir para satisfacer a un consumidor
urbano con poder adquisitivo que quiere
productos frescos, balanceados, libres de químicos, bien presentados y de alta calidad.
En
la ciudad hay un universo de oportunidades comerciales. Los criterios de compra
y hábitos de consumo citadino son una valiosa información para los integrantes
de la cadena de valor de alimentos que debe ser entendida y aprovechada porque nos
dice lo que se debe hacer:
- Al agricultor, qué cultivar y cuándo hacerlo.
- A los centros de investigación, los conocimientos que se necesitan y la tecnología a transferir.
- A las entidades de extensión, cómo acompañar a los agricultores.
- A las instituciones educativas, el talento humano que deben formar.
- A los bancos, los servicios financieros a ofrecer.
- A los comercializadores, los sistemas de conservación y logística a usar para que los productos estén a la mano del cliente en el momento oportuno y con la presentación esperada.
En
consecuencia, estamos ante la paradoja de una ciudad que enfrenta necesidades crecientes
de alimentos de calidad y de una agricultura que tiene dificultad para seguir produciendo
y distribuyendo productos con los sistemas tradicionales. Hoy más que nunca el
desafío está en inventar una nueva
relación gana-gana entre la ciudad y el campo, en revalorar al cultivador
como el productor de alimentos que es.
No
podemos esperar que la agricultura se modernice y tecnifique por sí sola. Es
desde una producción orientada a la satisfacción de las necesidades del
consumidor que se darán las transformaciones requeridas en la cadena de valor.
Las
ciudades impulsan el cambio.
Las
urbes son un hervidero de oportunidades donde se toman las decisiones políticas
y económicas. Las ciudades tienen el
potencial y los medios para inducir e impulsar agronegocios estratégicos.
Desde ellas se pueden movilizar los recursos científicos, tecnológicos,
financieros y de talento humano necesarios para que los negocios agrícolas sean
rentables y de futuro. De esto dependerá el abastecimiento de alimentos y el mejoramiento
de la calidad de vida rural.
Hay
que hacer que el agricultor visite plazas de mercado, tiendas y supermercados de
las grandes ciudades para que observe lo que demanda el consumidor, qué frutas
y verduras quiere y en qué presentación y grado de maduración las desea. Además
deben entrar en contacto con empresas de comercialización y logística para que conozcan
los procesos de maduración controlada, la clasificación de productos, empaques
y medios de distribución.
El
empresario agrícola está en el origen de una cadena que tiene su último eslabón
en el consumidor urbano, ese que paga por una fruta o verdura que proviene de una
parcela de alguna parte del mundo, Hagámoslo
sentir que hace parte de la cadena de valor y que la información fluya del
consumidor hacia él. Pero ante todo, que tenga la certeza que si se
esfuerza por entregar un producto de calidad obtendrá una participación mayor del precio pagado por el consumidor para
que su esfuerzo sea retribuido.
Es
por esto que afirmo que en el futuro del
campo está en las ciudades.
Armando Rodríguez Jaramillo
Director NaoClúster - armando@naocluster.com
Director NaoClúster - armando@naocluster.com
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