La palma de cera del Quindío (Ceroxylon
Quindiuense), reportada en 1801 por el naturalista alemán Alexander Von
Humboldt a su paso por el Camino del Quindío en Salento, declarada “árbol
nacional” de Colombia en 1985 por el presidente Belisario Betancur, constituye un
elemento fundamental del maravilloso escenario natural que son las “Montañas
del Quindío”, desacertadamente llamadas cordillera Central.
¿Quién no ha disfrutado de la esbeltez de este símbolo patrio y de la
flora nacional, cuya presencia no pasa inadvertida cuando se asciende por
encima de los 2.000 m.s.n.m.? Colombianos
y forasteros hemos admirado incansablemente las espigadas palmas que se alzan 60 metros por encima del
suelo en las montañosas del “Alto Quindío” y que sirven como iconos para
promocionar al paradisíaco valle de Cocora en Salento.
El peligro
de extinción
Sin embargo, un buen observador no omite que entre pastizales no se
encuentran palmas jóvenes, es decir, que el paisaje está matizado sólo por
individuos adultos, que por su exuberancia, hacen olvidar que no hay sucesión generacional, que no
existe en los potreros germinación y crecimiento de plántulas que aseguren su reproducción,
tal como sucede en las zonas boscosas que circundan la parte alta del valle
donde se observa, entre el sotobosque, el crecimiento de pequeños ejemplares
que garantizan la reproducción de la palma, otrora perseguida inmisericordemente
para las procesiones del Domingo de Ramos en Semana Santa.
Este
paisaje de palmas adultas entre praderas, que tanto atrae al visitante, es como
una sociedad de hombres y mujeres mayores sin niños. Y es que para que su semilla germine deben existir condiciones de
humedad y semi-oscuridad que sólo se dan entre el sotobosque, por lo que es
poco probable que los frutos que caen a los pastizales se reproduzcan, y si
acaso sucediera, la plántula estaría expuesta al ramoneo y el pisoteo del
ganado caballar y vacuno, y al implacable control de malezas de los ganaderos.
Así las cosas, el tradicional
escenario del valle de Cocora corre el riesgo de no tener continuidad en el
tiempo, con esto quiero decir que una vez que las palmas adultas entre potreros,
culminen su inexorable ciclo de vida, desaparecerán, y con ellas uno de los mayores
atractivos del lugar.
Hay
que hacer algo.
Desconozco qué se podría hacer para resembrar con palmas los potreros y
asegurar la conservación del Árbol Nacional en las zonas que una vez fueron su
hábitat natural, sólo sé que ésta
situación debería preocuparnos a todos los que nos esforzamos preservar el
medio ambiente y fomentar el turismo de naturaleza en el país del “Realismo
Mágico”. De continuar las cosas así, lo más probable es que en pocas décadas la
Palma de Cera, entre pastizales, en el valle de Cocora, no hará parte integral
del paisaje con lo que el clúster del
turismo en el Eje Cafetero sufriría un impacto muy significativo.
Armando Rodríguez Jaramillo
Director NaoClúster - armando@naocluster.com
Armando Rodríguez Jaramillo
Director NaoClúster - armando@naocluster.com
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