El hombre siempre ha
tenido la necesidad de transmitir el conocimiento, ya sea entre sus
contemporáneos o de una generación a otra.
Las sociedades primitivas
lo hicieron por medio de la oralidad,
sistema limitado y subjetivo. Luego vino la necesidad de conservar el
conocimiento a través de pictogramas y apareció la escritura cuneiforme seguida del papiro en el que civilizaciones como la egipcia y helénica
plasmaron su sabiduría para almacenarla en rollos. La aparición de los códices, conjunto de pergaminos o
pieles tratadas y cortadas de manera regular, cosidas por un lado y
encuadernadas, ofreció a la escritura, a partir del siglo II de nuestra era, un
medio más apropiado de conservación aunque el mismo pergamino en ocasiones fuera
lavado y usado varias veces para volver a reescribir sobre él (palimpsesto).
Pero por lo precario de
los medios utilizados, una significativa proporción del conocimiento de la
humanidad y su sabiduría se perdido por acción de hongos e insectos que
devoraron hojas escritas, como también por guerras, incendios, saqueos y
censuras que terminaron por destruir para siempre lo más valioso de la
humanidad: su conocimiento.
Innovaciones disruptivas.
La aparición del papel y la invención de la imprenta (siglo XV)
posibilitaron la creación de libros y con ellos la supervivencia de la ciencia, literatura,
filosofía, historia, registros nacionales, económicos y cuanto dato representa
el conocimiento humano, situación que generó una revolución cultural de dimensiones
tan grandes como la que estamos experimentando con los formatos digitales y la internet que nos permite disponer de una
capacidad universal y prácticamente ilimitada de creación, almacenamiento,
consulta y distribución de información.

Los desafíos que nos plantea la información.
Así como fue un gran desafío
para la humanidad decidir qué debía pasar de un formato a otro y qué se desechaba,
la generación actual se enfrenta a millardos y millardos de terabytes de información
que los formatos digitales tiene disponibles en la internet, siendo realmente
titánico saber si lo que aparece en un buscador es útil y confiable, función que de alguna forma desempeñan las bibliotecas
al seleccionar las obras, títulos y autores que deben y merecen estar en sus
ficheros.
Pongo por caso, a manera de
ejemplo, que al buscar “cuneiforme” en Google aparecen 464.000 resultados
disponibles hallados en 0,40 segundos,
o que al dar clic en “papiro”
aparecen en el buscador 970.000 resultado en 0,34 segundo, cifras que terminan
por someternos a dar una ojeada al primero o segundo pantallazo del buscador
con sus 10 o 20 sitios web ante el “tsunami” de información que nos ofrece.
En un mundo definido como la sociedad
del conocimiento y la economía del conocimiento, en el que uno de sus principales
activos para innovar y competir es la información, la situación descrita nos
plantea la necesidad de preguntarnos: ¿qué
o quién clasifica la información en internet de acuerdo a su origen, calidad y
confiabilidad?, y si fuera así, ¿con qué criterio se hace?
Armando Rodríguez Jaramillo
Director NaoClúster - armando@naocluster.com
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