Los clusters y el valor compartido
El valor compartido, recientemente definido por Michael E. Porter y Mark
R. Kramer[1] como: “… las políticas y las prácticas operacionales que mejoran la
competitividad de una empresa a la vez que ayudan a mejorar las condiciones
económicas y sociales en las comunidades donde opera. La creación de valor
compartido se enfoca en identificar y expandir las conexiones entre los
progresos económico y social”, empieza a tomar fuerza al rediseñar el
papel clásico de las empresas, la forma de concebir los productos y
mercados, la productividad en la cadena de valor, el desarrollo de los clúster
locales y, en general, lo que se conoce como las ventajas competitivas de las
empresas, dimensionando nuevas e innovadoras formas para obtener beneficios
económicos al abordar problemas del medio social donde se desempeña.
Lo que motivó el origen del concepto de valor compartido
tiene que ver con que la competitividad
de una empresa está íntimamente ligada o relacionada con la salud de las
comunidades donde opera, de tal forma que las empresas que hacen parte de
un clúster en un territorio determinado necesitan, de alguna forma, de la
existencia de una comunidad exitosa, no solo para crear demandas por sus
productos, sino también para brindar bienes públicos fundamentales y un entorno
favorable para los negocios. Esto conduce al argumento de que no hay nada más social que una empresa,
por cuanto los bienes y servicios que requiere la sociedad para vivir son
producidos por las empresas, las que a su vez generan empleo y una remuneración
por el trabajo realizado para que la población tenga capacidad de compra,
cerrando así un círculo virtuoso en espiral que crece a medida que aumenta el
empleo de calidad, se genera redistribución del ingreso y se producen productos
sofisticados: de esta forma se crea bienestar social.
Por consiguiente el valor compartido aporta un enfoque
sistémico que incluye a las empresas del clúster, comunidades, instituciones
generadoras de conocimiento y actores institucionales (gobiernos y entidades de
apoyo). Así que al hablar de un sistema donde coexisten los actores del
clúster, la presencia de políticas públicas coherentes que actúen sobre las
necesidades de la industria para beneficio de las comunidades y viceversa, es
fundamental, pues las políticas públicas
que socavan o debilitan la competitividad y la productividad terminan por
derrotarse a sí mismas, causando, tarde o temprano, la migración de
capitales, infraestructura y mano de obra.
Es evidente que la visión ortodoxa del capitalismo en la que
las empresas contribuyen con la sociedad generando utilidades que a su vez
permite crear empleos, pagar sueldos, hacer compras e inversiones y pagar
impuestos, se engrandece con la de valor compartido al incluir el beneficio
social amplio y suficiente que deben aportar las empresas a la satisfacción de
las necesidades fundamentales de la sociedad, reconociendo que comunidades
vulnerables socialmente y debilitadas económicamente afectan de forma crítica a
las cadenas de valor. Este enfoque viene
a ampliar sustancialmente una visión de por sí limitada que ligó la medición
del éxito a la rentabilidad económica restándole importancia a la
sostenibilidad social.
Esto influye positivamente, en forma directa, en la
gobernanza del clúster y en la asociación de otros sub-clúster o microclúster
que se van uniendo para prestar servicios y proveeduría aumentando el
porcentaje de la cadena de valor que captura la región.
Adaptado de:
Los clúster y la creación de capacidades locales. Experiencias de la participación en la Misión Colombiana al 17 TCI Global Conference Monterrey (México) del 10 al
13 de noviembre de 2014. INNpulsa Colombia - Consejo Privado
de Competitividad - Red Clúster Colombia. Armando Rodríguez Jaramillo, febrero de 2015
[1]
La creación de valor compartido. Harvard Business Review. América Latina, enero
2011
Armando Rodríguez Jaramillo
Armando Rodríguez Jaramillo
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